30 jun 2015

El Talento en Ajedrez, el querer saber si un niño tiene futuro en el deporte ciencia y el efecto Pigmalión.





Cuando se habla de la importancia de los diagnósticos y evaluaciones, se puede uno enredar en la mal llamada búsqueda de talentos.
Recuerdo las pláticas con un excompañero del preuniversitario que recién habían nombrado en CONADE director de búsqueda de talentos del deporte, y nuestros debates sobre la validez de los métodos de búsqueda de talentos. Las historias de cómo a Albert Einstein lo habían reprobado en matemáticas, de cómo muchos artistas como Van Gogh y a escritores como García Lorca o Gutierrez Nájera los habían rechazado en las escuelas de arte en que habían pretendido ingresar y pasamos a las decenas de grandes maestros soviéticos que los habían evaluado como “sin talento especial” cuando los sistemas de “búsqueda de talentos” vigentes en su época eran aplicados para otorgar becas o designarles entrenadores especiales en la URSS ajedrecística de la era staliniana.
Le leí documentos como el escrito que el maestro Alexandr Koblentz había enviado al consejo superior de la Federación de Ajedrez de la URSS al contestar un cuestionario, enviado al mismo tiempo a decenas de entrenadores de alto nivel de la URSS, sobre como seleccionaba a sus alumnos especiales, en que demostraba la inutilidad de la búsqueda de talentos, pero que al mismo tiempo defendía el sistema de evaluación para designar entrenadores especiales.
Koblentz decía que esos sistemas de evaluación de talentos partía de bases falsas sobre que era el talento. Decía que el talento, visto como “don innato” era una aberración racista, que podía discriminar a las minorías étnicas soviéticas respecto a la población étnicamente rusa caucásica. Que los exámenes estaban hechos de tal manera que beneficiaban a niños que vivían en entornos urbanos, con hábitos rusos y un ambiente familiar con padres de formación marxista y que no había estadísticas suficientes que valoraran los resultados de los exámenes. ¿Cómo miden el amor al ajedrez, la vocación? Preguntaba insistentemente, agregando ¿y como cuidar a los niños de la mala influencia de los padres que quieren imponerles o quitarles su afición al ajedrez? ¿cómo cuidar que el ajedrez fluya naturalmente?
Contrario a la imposición del ajedrez como materia obligatoria en las escuelas y a la tesis que de la cantidad deviene la calidad, Koblentz en su escuela tenía mayor proporción de maestros de alto nivel estudiando en su club que cualquiera otra ciudad de la URSS. También decía de lugares como Islandia, donde de 200 mil habitantes tenían 5 grandes maestros (hubo unos años en que de 250 mil tenían 14 grandes maestros, una proporción superior varias veces a la de cualquier país. Incluso en China, con todos sus grandes éxitos, la proporción de grandes maestros es como de 1 por 10 millones de habitantes y en Rusia como de 1 por 1 millón. En México es como de 1 por 20 millones).
La importancia de las evaluaciones y diagnósticos, afirmaba, era que daban indicaciones a los entrenadores de cómo preparar a los alumnos, e incluso daban orientación a que tipo de entrenador convenía designar a determinados alumnos, para favorecer el efecto “Pigmalión”.
Ya que mucho del desarrollo de un jugador de ajedrez depende de la influencia del entrenador, hay que considerar el efecto Pigmalión, que refiere a que un alumno llega hasta donde el entrenador crea poder hacerlo llegar y sepa transmitir a su pupilo su fe en el futuro deportivo del entrenado. La leyenda de Pigmalión, que en su versión moderna conocimos a través de la obra de Bernard Shaw del mismo nombre y en la comedia musical de “MI bella dama”, habla de un  profesor que cree que puede hacer de cualquier vendedora de flores una dama de tipo aristocrático y de gran cultura y que ni el mas docto especialista podría determinar su origen humilde.
El caso es que todo entrenador o profesor que se respete debiera tener la convicción que Koblentz tenía: cualquier niño puede llegar a la máxima altura en una disciplina y no depende de algo de su nacimiento o su raza, de factores innatos, depende de su educación, formación y su elaboración como ser humano que le proporcione su entorno y sus maestros.
Se debe medir, si, todo medirlo, para conocernos mejor y utilizar los mejores métodos para superarnos, no para utilizar dichas mediciones como tamiz, como filtros para decidir a quien apoyar o no.
Las mediciones intentan ser objetivas, poner con justicia a cada quien en una ubicación, pero eso es muy difícil, es como comparar la justicia con el derecho, es como juzgar con la idea de que dos más dos es cuatro, cuando pueden darse casos de que no lo sean. ¿Lo “cuántico” entonces donde queda?
Uno llega a lo objetivo por lo subjetivo y creo que finalmente debe regresar a lo subjetivo.
Como usamos una parte mínima del cerebro, al “medir” a un alumno, medimos un porcentaje mínimo de lo que es él realmente. Por ahí puede surgir un 0.001% que cambiará todo y de repente el alumno da un salto enorme de calidad. Al entrenador no le queda otra entonces que otear tratando de localizar el “disparador”, la acción, la idea, la palabra, que sea el gatillo que haga que ese 0.001% aparezca y de repente aumenten 100 puntos de rating.
El avance en ajedrez no es como sobre ruedas redondas, sino como ruedas cuadradas, va de avance a sentón y de sentón a avance, no es un rodar constante y uniforme, es de golpe en golpe, como con “disparadores”.
El instructor debe tener la fe de Pigmalión y ser consciente de su gran responsabilidad, pues mucho del éxito del alumno le corresponde, pero el que llegará a maestro es su pupilo y no él, no debe apropiarse del éxito. Dan risa esos entrenadores que se fotografían con sus alumnos que ganaron un trofeo, y ponen algo así como “Mi alumno y yo”. Todos los jugadores tienen muchos maestros, como el éxito tiene muchos padres. Nadie es dueño de nadie, ni siquiera los padres son dueños de sus hijos. El instructor o entrenador debe saber que es responsable, pero no tiene derecho a otro premio que el gusto de saberse cooperante en que una persona vea realizado su amor.