8 oct 2011

De Georgia con amor.

Setenta años cumplió la Reina de Georgia Nona Terentyevna Gaprindashvili, y los georgianos están realizando homenajes y la televisión de Tiflis transmitió ayer un programa especial. Debo confesar que fue por casualidad que vi esto, ya que en estos días estoy muy pendiente de lo que pasa ahí, pues no quisiera volver a visitar Tiflis como en agosto de 2008 montado en un super t blindado de 60 toneladas, rodeado de peones disfrazados de verde con el sector blanco rojo y azul, y no eran de Wal Mart,  recolectando banderas de cruces rojas en fondo blanco.
El Cáucaso no deja de estar en llamas y si no es Osetia, es Chechin, o Ingusetia; no deseo visitar Grozny, y ya se me hacía tarde que se realizase un torneo por los 70 años de la campeona mundial que a los 22 se erigió en la reina indiscutible del ajedrez hasta que la Maya Chibuirdanidze, su paisana, le quitase la corona, o más bien, recibiese la estafeta.
Ayer publique una foto del conflicto en Georgia de 2008 y cuando recibí correos de que viera lo que pasaba ahora en Georgia temí lo peor, pero era un video de ajedrez.
Algunos rusos viajaron a homenajear a la reina Gaprindashvili, y ninguno de ellos volaron en Sukhoi, sino en Airbus rentados por Aeroflot.
En el video, se mencionó a Karzeladze, gran entrenador georgiano y al ucraniano Eduard Gufeld, el gran maestro del gran peso y la eterna sonrisa; pero me emocioné al oir hablar a la excampeona mundial con tanto cariño de Ivar Gipslis, el mago de Riga que desde la lejana Letonia una vez nos abrió los ojos en México de lo que era ser entrenador de ajedrez. Lo recordé en mi casa de la calle Tabachines en Cuautla, tomándose un mojito creyendo que era tequila, oyendo “Granada” creyendo que era de autor español; mientras comía “caviar mexicano” creyendo que era hueva de algún esturión azteca, hasta que le aclaramos que eran hormigas.
Hubiera querido ir a Cuautla a jugar ajedrez, pero ya la casa se vendió y dejamos de ser vecinos de un par de insignes escritores, y la mirada está lejos, en aquellas iglesias de Gori y de Tiflis, olvidar el 1998, el 2008, y ver en el Caúcaso solo duelos de ajedrez.