8 oct 2010

El tratar de explicar todo en ajedrez es una insensatez.


He leído muchos artículos polémicos sobre lo sucedido en las elecciones FIDE y en los resultados de algunos equipos y jugadores en la reciente Olimpíada de Ajedrez. ¿Cómo se atrevieron a hacer ciertas cosas? ¿Porqué algunos grandes maestros jugaron tan mal? ¿Por qué algunos jugadores se conducen tan mal fuera del tablero cuando representan a su país? ¿Por qué hay tantas emigraciones entre los ajedrecistas? ¿Por qué algunas variantes refutadas aparentemente reviven?
Hay quienes quieren forzarme a una opinión sobre cada tema. Todo es debatible y todo entra de lo razonable.
Hay cosas que no pueden saberse, sino dependen de cómo las observemos.
Ya la ciencia actual, desde hace más de un siglo nos ha mostrado que existen límites físicos al conocimiento: que hay una red de fronteras, progresivamente identificadas y a menudo calculadas, que cercan la realidad y que de ninguna manera es posible franquear. Un caso especialmente significativo de barrera física fue puesto de manifiesto por el físico alemán Max Planck en el mes de diciembre de 1900.
Se trata del “quantum de acción”, o lo que se llama más popularmente “La constante de Planck”
De una pequeñez extrema (su valor es de 6,626.11 -34 julio-segundos), representa la más pequeña cantidad de energía que existe en nuestro mundo físico. Este hecho es, a la vez, fuente de misterio y de asombro: la más pequeña “acción mecánica concebible”. Estamos aquí frente a un muro dimensional: la constante de Planck señala el límite de la divisibilidad de la radiación y, por consiguiente, el límite último de toda divisibilidad.
Es cuando uno no puede precisar la realidad, sino depende del observador.
La existencia de un límite inferior en el ámbito de la acción física introduce naturalmente otras fronteras absolutas alrededor del universo perceptible; entre otras, se tropieza con una longitud última — la llamada “longitud de Planck”—, que representa el intervalo más pequeño posible entre dos objetos aparentemente separados.
Del mismo modo, el “tiempo de Planck” designa la unidad de tiempo más pequeña posible.
Einstein estaba erróneamente persuadido de que el universo, la realidad, eran cognoscibles. Hoy, todos los físicos, sin excepción, experimentan un agnosticismo de nuevo cuño ante las extrañas e inestables fronteras establecidas por la teoría cuántica:
La realidad no es cognoscible; está velada y destinada a permanecer así. Por ello existe una solución de recambio a la otredad física: la otredad lógica.
La filosofía moderna es por ello la teoría cuántica. Frente a ella, las interpretaciones del universo fieles al buen sentido, como la objetividad y el determinismo, no se sostienen.
¿Qué debemos admitir a cambio? Que la realidad “en sí” no existe. Que depende del modo en que decidamos observarla. Que las entidades elementales que la componen pueden ser al mismo tiempo una cosa (una onda) y otra (una partícula). Y que, en cualquier caso, esta realidad es, en el fondo, indeterminada. Por ello debemos prepararnos para penetrar en un mundo totalmente desconocido a partir de ese diciembre de 1900.
Si en cosas tan tangibles como la Física hay que admitir que la realidad no es cognoscible, en los campos menos “tocables” ¿Qué podemos decir?
Si digo que una gran parte del desempeño de un jugador depende de la motivación para que se esfuerce al límite, como única receta para que un gran maestro se imponga inevitablemente ante un jugador inferior ¿Cómo podemos saber que grado de motivación tenía un jugador analizado al jugar sus partidas?
En lo que respecta a las elecciones FIDE, difícilmente podemos saber lo que estaba en juego, que intereses perseguía cada personaje de ese melodrama. Podría haber mucho dinero o poder en juego, a niveles que obligan a un ser humano a estar dispuesto a todo quizás.
Hay lugares que se matan por unos dólares, y hay personas que por algo tan aparentemente intangible como el honor han perdido la vida. Desde niño me pareció incomprensible como Pushkin se expuso a un duelo por razones que parecerían banales, o la forma tan irrazonable en que el gran Guty Cardenas perdió la vida en el Bar Bach.
Cuando leo que se van a gastar más de 10 millones de dólares en dos días en un, a mi parecer, absurdo festival deportivo, no puedo sino especular en la a menudo incomprensible estupidez humana. Entonces el turismo deportivo, los gastos sin ton y son para participar en eventos sin importancia verdadera alguna, se ve irrelevante al ver la manera en que se dilapidan fondos que pudieron haber cambiado el destino de cientos de deportistas mexicanos.
Si esencialmente aceptamos que como la realidad esta cercada, y que no podemos decir que la conocemos, y que depende del observador, casi cualquier opinión es valida y a veces más valiera que no pretendiera ser racional, sino simplemente emocional. Ya decía mi maestro Guitton: “Cada año que pasa trae una nueva cosecha de revisiones teóricas acerca de esas líneas fronterizas que cercan nuestra realidad: lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande. Tanto la teoría cuántica como la cosmología empujan cada vez más lejos los límites del saber, hasta casi rozar el más fundamental enigma con que se enfrenta el espíritu humano: la existencia de un Ser transcendente, a la vez causa y significado del gran universo”
Ahora bien, no por inasequible, debemos abstenernos de discutirlo. ¿Por qué no tirar el dinero en participar en Olimpiadas para no pasar, algo obviamente previsible, de la mitad de la tabla, si las autoridades deportivas se gastan en dos días, en algo inútil, una cantidad de dólares que bastarían para cambiar definitivamente el futuro del ajedrez en un continente completo.
Obviamente solo por divertirnos discutimos esto. No pasan de 100 las personas que han ido como jugadores a una Olimpíada de ajedrez en todo el país y los demás especulan sobre algo no vivido y que no vivirán seguramente y que no tiene ninguna importancia o relevancia para su vida. Muchos preferirían saber como jugar un poco mejor al ajedrez a que en lugar del lugar 72 nuestro equipo quedase en el lugar 30. Para su vida los lugares en la olimpíada no tienen relevancia, como tampoco el saber que tenemos enormes reservas de divisas en el Banco de México y uno anda luchando por la chuleta sin dinero ni para la fuma.
A miles de ajedrecistas mexicanos que les importa lo que hagan o hicieron esos 100 mencionados ajedrecistas que hemos ido a jugar una olimpíada de ajedrez, si no tienen forma de jugar un torneo válido para el rating FIDE y no juntan mil pesos para la inscripción a un torneo donde en la primera ronda pudieran jugar con un maestro, a ver si de casualidad lo agarran confiado y le ganan una partida que los animará a seguir intentado mejorar tanto en ajedrez, como para algún día ir también a hacer el ridículo a un evento internacional.
Lo cruel es que se gastaron cientos de miles de pesos en nombre del ajedrez y ni un solo centavo de esos miles de pesos se emplea para que nuestro ajedrecista anónimo, representante de esos miles de aficionados que tienen aspiraciones e ilusiones, sea un mejor ajedrecista.